viernes, 27 de junio de 2008

LA MASTURBACION NO ES PAJA



I
Capital. Invierno de 1986.
Había escuchado mil historias de las pajas y yo como si nada.
Sólo me exitaba verme desnudo cuando me bañaba. Nadie más que yo podía sentir placer ante un cuerpo sin un músculo, con un par de pelos y ningún signo de virilidad.
Miento, Berenice también me exitaba.
Nada linda y dientuda, pero con una actitud avasallante, Berenice era el objeto de deseo de varios en el colegio, compartido con Natalia Sabín. Nati no me gustaba simplemente porque yo no le gustaba.
A Berenice la bese alguna vez y le dedique más de una. Era tan puro e inocente.

II
Orbis calorama a botonera. En posición 4.
Baño de azulejos azules. Abrí el grifo que decía C, agua bien caliente claro.
Un par de años agradecí un defecto del duchador, el agua no caía en forma de lluvia sino que concentraba parte de su caudal en un punto, a partir de ahora llamémosle chorro caliente.
El chorro caliente, mi pene erecto, mi mano sacudona y yo nos lanzamos a mi primer viaje de ida, mi primer vicio.
No se si fue traumático pero descubrí que del pene erecto salía un líquido viscoso que se mezclaba con el agua y yo me separaba de mi cuerpo, era como una sensación de levedad que me hacía perder peso específico y parte de mi se iba con ese líquido.
De bañarme una vez por semana a todos los días, mamá creyó en su perseverancia y yo finalmente era un reflejo de lo que siempre quisieron de un hijo: el niño limpio, obediente, derecho y humano.

III
Maradona hizo el mejor gol de los mundiales y uno con la mano, a mi me gustó el que hizo con la mano porque nadie lo notó inmediatamente. Recuerdo que a mi mano sacudona solía llamarla la mano de Dios. Así tenías a la mano de Dios en lugares públicos en los que nadie se daba cuenta, mano de Dios en reuniones de familia y yo en el baño escuchando la voz de mi prima Dalma, mano de Dios en el dormitorio escuchando la respiración de mi hermana, mano de Dios viendo a las pequeñas tetas de Berenice en el aula.

IV
Y papá me habló.
No entendía bien a dónde quería llegar pero no iba por buen camino. Nunca me gustaron los discursos moralistas, ni que me hablen de Dios y la Iglesia, es un rechazo natural que tuve desde la cuna. Lloré cuando me bautizaron y me hicieron dibujar tanto a Jesús de chiquito que mutó en look diabólico en los últimas pinturas. Igualmente nunca entendí bien por qué durante mucho tiempo hice caso sin rebelarme, me protegía en mi mundo interior buscando tal vez el punto de fuga.

El día que papá me habló, mamá salió a comprar con mi hermana y yo me quedé solo. Rápidamente me metí al baño y la sacudona empezó a hacer su incansable labor. En busca de algo nuevo y cortando el silencio comecé a gemir celebrando el acto de un verdadero impostor del sexo verbalizado, teatralizado en plan gracioso, resulta que eso funcionaba como un dilatador del placer y me gustaba.
Ese día papá entró a casa. Yo no lo escuché. El me escuchó. Y al grito de quién está en el baño?... Mamá?, Hija?… la respuesta se demoró. “No yo…ya salgo pa” le dije.
De eso me habló papá esa misma noche. Es que no le bastaba con haberme interrumpido para que quisiera que le de explicaciones. Mi cara de desilusión al verlo preocupado ¿de qué? me mortificó y un frío calo hondo en los huesitos, sabía que nada me iba a ser fácil en la vida y empecé a creer que nadie tenía derecho a quitarme el placer de sentir. Nada ni nadie.
“Papá las masturbación no es paja” le dije y ni se de donde me salió, quizás el choro caliente de agua venía con plus de ideas o la leche viscosa una vez fuera del cuerpo deja libre parcelas para que la ocupen pensamientos… no lo se, pero después de esa respuesta reinó el silencio que lo cortó la voz aguda de mamá: “Terminaron de hablar porque tenemos que cenar…” a lo que contesté “Si ma, claro, por lo menos yo acabé.”


Sebastián Iglesias

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